Una manada de gorilas llamada Magoralis, gobiernan una isla
subterránea, y no se puede decir que sea una isla cualquiera, no es más ni
menos que una maraca del tamaño de una montaña. Tras el paso de los años la
vegetación la ha cubierto, impidiendo ver su aspecto original. A veces los
terremotos azotan el lugar, lo que provoca un sonido musical en ellas, el cual
hipnotiza a la manada.
Un día, un
pollo al que llamaban Pollozuelo, se aventuró a explorar los laberintos que
comunicaban con su pozo. Dado que se había caído en él y no podía volver a
subir. Pero a lo largo de su travesía, tuvo que tomar varias decisiones
difíciles, como elegir entre un pasillo de chocolate o uno de turrón. Eso sí,
el pollo al ser corto de entendimiento, no se preguntó siquiera por qué habían
pasillos hechos de comida, simplemente elegía el que más le apetecía y mientras
lo recorría, picoteaba el suelo a su paso y se decía a sí mismo: “ si no como
ahora, quién sabe cuando volveré a comer”. Es decir, a travesó el laberinto
guiado por su sentido del gusto, el cual, curiosamente le ayudó a encontrar la
salida de él. Pollozuelo, en vez de alegrarse, se entristeció al pensar que ya
no habría más caminos de comida. Lo que él no se esperaba cuando alzó la vista,
era encontrarse con un lago de pintura con su monstruo del lago Ness. Un gusano
de un kilómetro de largo, con patas en
forma de brazos humanos que utilizaba de remos, a primera vista. Parecía una
golosina gigante, el sueño de todo pollo como Pollozuelo. No se lo pensó dos
veces cuando el gusano se acercó a la orilla, dio un salto olímpico hacia él, y
clavó su afilado pico en la aparente y deliciosa chuche gigante. Pobrecito de
él, al descubrir que aunque era comestible, su piel era picante a un nivel
inimaginable. Pollozuelo, salto al “agua” descubriendo en ese mismo momento que
la pintura contenía somníferos que te hacía soñar con toda gama de colores.
Cuando se despertó, se sintió tan pequeño rodeado de enormes gorilas peinados
al estilo caniche, dándose tal susto que su pío se convirtió en un grito que
enamoró a los gorilas por su musicalidad. Desde ese entonces, los Magoralis lo
tomaron como su fetiche, lo mimaron y se sacrificaron por sus mandatos.
Lo que
ninguno sabía, era que en dicho sitio, el tiempo no existía, estaba parado como
un reloj sin agujas. Y menos se imaginaba Pollozuelo, que mientras los
gorilas-caniches le satisfacían sus deseos (sobre todo estomacales), su amiga
la polla llamada Dura la
Exploradora se encontraba llorando en el mismo lugar en el
que había caído. Este pollo femenino era la prometida de Pollozuelo, y el mismo
día de su desaparición era la celebración de la boda. Es verdad que el
matrimonio era concertado, pero Dura la Exploradora se sentía atraída a Pollozuelo desde
la primera vez que lo vio. Él se estaba columpiándose a la vez que intentaba comerse
una miga de pan que había quedado entre sus dedos. Raro pero absolutamente
romántico para ella.
A diferencia
de Pollozuelo, Dura no pensaba que camino tomar según el sabor, sino aprovechó
que las paredes eran de comida y en cierto modo, frágiles, para hacerles
boquetes en ellas con sus patitas. Por lo que rápidamente “encontró” la salida.
Entonces, se vio al gusano-gominola y de un modo misterioso, la polla hizo que
el gusano la llevara a la isla sin protestar.
Al llegar, vio a Pollozuelo
acostado en una hamaca tomando el “sol” mientras dos gorilas le abanicaban con
hojas de palmera y otro le ofrecía una bandeja con múltiples bebidas. Dura se enfado tanto que empezó a piar y a
piar dirigiéndose al pollo quien salto del susto al verla, a diferencia de los
tres gorilas que se hipnotizaron por su gran belleza y habladuría musical.
Imaginaros lo que ocurrió después.
Los Magoralis, expulsaron de la
isla Pollozuelo y proclamaron a Dura la Exploradora como su nuevo fetiche. El pollo
femenino, no dudó en aceptar, como venganza a su ex prometido, por todo el
sufrimiento causado. Tras eso, pasaron años y años, Dura ya cansada de su vida
aburrida como fetiche escapó de la isla e intentó volver a su casa. Por el
camino se encontró a Pollozuelo, que se había comido casi todo el laberinto, al
verlo sus sentimientos amorosos volvieron en un visto y no visto. Cogió un
trozo de turrón y se acerco a él y dijo: “Por este trozo de turrón, ¿prometes convertirte
aquí y ahora en mi marido el gallo?” y Pollozuelo contesto: “Sí, lo prometo, mi
gallina de turrón”.
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Este minicuentecito es una muestra de sinéctica, una forma de expresar originalidad combinando cosas que en sí mismas no tienen relación alguna.
Espero que haya sido de vuestro agrado,
un beso, Sandra!
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