Me considero una chica bastante fuerte.
Durante mi estancia no derramé ni una lágrima de dolor. ¿Acaso
serviría para algo? Todo el sufrimiento lo llevaba por dentro.
Abandonadas, la soledad y yo estábamos en mí. Ni un solo día
estuve sola, todos ellos estaba mi madre conmigo. Y era ella la que
lloraba por las dos, porque no podía verme en esas condiciones.
Sufría como una madre que ve a su niña pasar por malos momentos,
pero eso era lo que aún me daba más fuerzas.
-¿Te duele mucho?-me decía entre
sollozos.
-Ni te lo imaginas. Nunca había
experimentado un dolor de tal magnitud. Pero pasaré, dentro de poco
no me tendrás que ver con estos pelos, ni la bata
semitransparente.-Le contesté.
Ella reía mientras moqueaba. Le
salieron heridas en los ojos de tanto llorar y en la nariz de tanto
sonarse.
No lloré de dolor, lo prometí antes
de entrar. Pero lo hice en dos ocasiones cuando recibí las llamadas de
mi amigos. Recuerdo que fueron llantos de anhelo, de ganas de saltar
y reír con ellos. La primera de las llamadas que me llevó a mi
mundo real fue la de mi mejor amiga desde la infancia. Cristina.
Ella es la chica por la que tenía que
sonreír al otro lado del teléfono, por la que le quitaba
importancia a la situación. Fue su madre la que habló primero con
la mía, e insistió en que Cristina por lo menos, escuchase mi voz,
que me echaba de menos. Yo no quería, sabía lo que iba a suceder si
aceptaba, como si de una predicción se tratase. Pero quería
escucharla y que me escuchase, la necesitaba ahora más que nunca.
-¿Naomi?-susurró ella.
Recuerdo perfectamente que iba a entrar
al aseo con la máquina que regulaba mis latidos (que hacía un
pitido realmente propio de hospital), con los medicamentos que
colgaban y que querían ansiosos entrar en mí mediante la vía. Como
los odiaba. También iban conmigo las ganas de vivir y de recuperarme
y el miedo a que llegase el momento de verme en un espejo. De
enfrentarme a la realidad.
-¡Cristina!- dije aguantando el
llanto.
-¿Cómo estás?-preguntó
arrepintiéndose un poco posteriormente por su tono de voz.
-Fatal, tía. Me duele to...- ya no
podía más. Quería tenerla aquí, verla cantar conmigo (que irónico
era pensar eso cuando apenas podía respirar con la mascarilla de
oxígeno en la cara)
Hablamos poco tiempo pero eso me ayudó
a pasar una de las mejores noches en el hospital. No podía dormir
ninguna porque el dolor era infernal, pero con cosas como esa todo
era mucho más sencillo.
Cuando pude sostenerme en pie sin
marearme ni caerme, visitaba a los enfermos y descubrí una sala que
daba a la calle. Dejaban las ventanas al desnudo a una ciudad que me
hubiese gustado conocer en otras condiciones, aunque no me arrepiento
de nuestra presentación.
Desde clase de informática,
con amor.
Sus quiere, Naomi.
P.D.: Continuará...
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