Érase dos veces, la historia de una
joven que ansiaba con todas sus fuerzas y con las del resto del mundo
vivir. Sentir todas las experiencias posibles y recordarlas era la
meta de su vida. Se miraba en el espejo, y se veía a ella sin
sustancia, sin esa esencia que nos hace únicos. El pintalabios
rozaba su boca, repartía el producto con los dedos y juntaba ambas
partes de sus labios. Se lo mordía, se veía irresistible. Ahora era
el turno de los ojos. Esos ojos profundos, abiertos y llenos de
experiencia, de dolor y de alegría. Se los delineaba sin excederse,
se ponía rímel y con ese instrumento que da más miedo que
confianza, se rizaba las pestañas. Colocó dos pendientes en sus
diminutas orejas. Respecto al pelo no sabía qué hacer con él. ¿Lo
dejaba suelto o recogido? No importaba, de las dos formas sería una
joven tremendamente sexy. Pero optó por la libertad y dejó su
melena suelta, permitiendo que el aire que entraba por la ventana lo
acariciase, que desplazase el olor de su mascarilla afrutada. Era el
momento de ponerle banda sonora a la situación. Pulsó el botón de
la radio, hizo un ruido raro pero en seguida localizó lo que
buscaba. Una música que le transportase a ese su mundo, un mundo en
el que ella no era ella. Allí era una persona segura, digna de
admirar e inimaginablemente sensual. Con la melodía saltaba,
bailaba, cantaba…ansiaba ser feliz y cada vez con más facilidad se
olvidaba de todo. Solo quería disfrutar de esos instantes. Breves
pero intensos, eso era lo que ella buscaba. Sudaba debido al gran
esfuerzo que hacía, a las ganas que le ponía a sus movimientos, a
sus actuaciones frente a ella misma. Una gota de sudor le cayó en la
frente, se limpió y siguió a su tarea. Las gotas empezaron a
deslizarse por su espalda, sus piernas y su vientre. Ya se estaba
cansando de lo que hacía, así que decidió darse una ducha y
desconectar.
A la mañana siguiente tocaba ser la
chica que todos conocían. La muchacha tímida, insegura e incluso
algo borde. Pero ella en realidad no era así, sus amigos lo sabían.
Lo que pasaba es que tenía miedo de que la gente le conociese
demasiado, que llegasen a saber sus puntos débiles y que pudiesen
atacar donde más duele. En el corazón. Ella no estaba dispuesta a
arriesgarse, por lo que siempre que salía a la calle se rociaba con
su perfume, rodeaba su fino cuello con un pañuelo informal y se
ponía el caparazón que le permitía aislarse del mundo siempre que
quisiese. Lo hacía pocas veces, pero lo empleaba. ¿Quién de las
dos era la verdadera adolescente? ¿La que brincaba en su habitación
sintiéndose libre y viéndose apetecible o la que se encontraba todo
tipo de defectos en cuanto pisaba el suelo de la calle? Quería
pensar que la primera, porque era así también con sus amistades y
familiares. Temía convertirse en una persona aburrida, sencilla, de
color apagado… Esa era una de sus peores pesadillas. Por eso día
sí, día también le plantaba una sonrisa a la vida. Un sonrisa que
demostraba desafío, intelecto y… ¿por qué no? Todo aquello que
se le pasase por la cabeza.
No dejes que la gente te
haga. Hazte tú mismo.
Colorín colorado, este
cuento NO ha acabado.
Sus quiere, Naomi.
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