En un caja de cartón, en un desván de
una pintoresca casa de los jardines de una ciudad verde y bonita,
escondida debajo de viejas revistas, una cuidada caja de música
hecha a mano. Bonita por fuera, con detalles preciosos que hacían de
su exterior un trabajo casi perfecto. Se notaba antigua, pero las
revistas habían cumplido una función improvisada y habían
protegido a la caja de música del polvo y los posibles insectos.
En esa bonita y verde ciudad, en esa
pintoresca casa, cuyo desván escondía la maravillosa caja de música
vivía un muchacho. Un joven de unos 20 años, nada especial.
Mediocre en los estudios, algo tímido pero simpático, alto, moreno
y con cara de niño. Un día, el joven conoció a una muchacha. Una
chica guapa, inteligente, agradable, dulce y algo tímida, como él.
Se conocieron, poco a poco, sin saberlo, sin pensarlo, disfrutando
inocentes de cada momento.
Un día, los muchachos se quedaron a
solas en la pintoresca casa de la bonita y verde ciudad, y decidieron
pasar el día en el desván para sentirse aislados del mundo. Ella,
curiosa, buscaba entre las cajas de cartón un tesoro, algo material,
algo que quizá en una tienda de segunda mano tuviera el valor
suficiente como para que ambos no trabajasen nunca. Encontraron la
caja de música. Ningún valor material, no valía nada. Él se quedó
observando detenidamente la caja, embelesado. Ella la miró fijamente
y quedó prendada también de su belleza. Se miraron y como
arrastrados por una fuerza ambos se fundieron en un dulce beso.
Los días que siguieron al beso fueron
los más felices de sus vidas. Ambos estaban enamorados, vivían para
el otro, sentían por el otro cosas que jamás imaginaron. Un amor
jamás visto había surgido de pronto en sus corazones. Ambos habían
vivido amores, habían sentido mariposas en el estómago con otras
personas pero nada así. Se amaban tanto que se sentían la misma
persona.
Después de dos meses, después de 61
días de intenso amor, de una relación cuyo final, a ojos de los
enamorados, nunca llegaría, los jóvenes decidieron volver a subir
al desván. Ella tenía un sueño recurrente, todas las noches desde
hacía dos meses. Todo oscuro, una voz de mujer le decía que no
podía abrir la caja de música, que pasara lo que pasara no la
abriera, un destello de luz e imágenes de él y ella paseando por
los hermosos jardines de la bonita y verde ciudad.
Subieron al desván, buscaron la vieja
caja de música, la sentaron junto a ellos, compartieron besos y
abrazos a su lado, al lado de la caja que había encendido su amor y
cuyo contenido inquietaba a ambos. Tumbados boca arriba, contando los
trozos de madera que habrían hecho falta para construir aquella
pintoresca casa, ella le besó de nuevo y le susurró al oído unas
palabras. Él la miró extrañado y preguntó por qué. Ella contestó
con un beso más largo e intenso y él cedió. Ambos se incorporaron
y acercando la caja de música, cuyos secretos seguían sin ser
descubiertos, volvieron a repetir el proceso. Miraron la caja
fijamente, luego se miraron mutuamente y se besaron. Él, harto de
perder la cabeza cada vez que veía la caja, intentó abrirla pero
estaba cerrada. Ella suspiró, se incorporó y comenzó a buscar en
la caja de las viejas revistas donde la encontraron. Al fondo del
todo, solo una carta.
Ella se sentó a su lado, le quitó la
caja de música, le acarició para calmarle y le cedió la carta.
Parecía una carta de amor, por la letra, probablemente de una mujer.
Un sobre morado, con un matasellos de 1920, dentro algo de metal.
Cuidadosamente abrió el sobre, cogió la llave que escondía y abrió
con ella la caja de música. Empezó a sonar una dulce melodía y
dentro un broche. Un broche de oro, un broche que les permitiría
vivir a ambos tres vidas acomodadas sin necesidad de trabajar, solo
preocupándose de amarse como nadie lo había hecho antes.
Él gritó, levantó a la muchacha del
suelo y le dio vueltas con la mayor cara de felicidad jamás vista.
Ella sin embargo se mantenía seria. La bajó, y comenzó a hacer
planes para su futuro juntos. Ella volvió a coger la carta y siguió
leyendo aquella cuidadosa letra, aquel misterioso papel que expresaba
lo que sentía, que le obligaba a hacer frente al hecho más duro que
jamás le sucedería.
Os quisisteis como nadie
lo había hecho nunca, enamorados por una caja de música.
Compartisteis los momentos más dulces de vuestras vidas gracias a
ella, pero te dije que no la abrieras. Ahora te sientes vacía, ahora
no lo quieres, te parece mediocre, no estás enamorada. El amor se ha
esfumado, el amor que guardaba mi caja de música.
Ahora que conoces el amor
verdadero y lo has perdido, disfruta de la melodía, se esfuma en el
recuerdo como lo hace el amor.
Ella,
con la carta en la mano todavía, se levantó y se marchó, para
siempre.
Él
asumió el hecho de que ella no lo quería, pasó página, se casó y
tuvo dos hijos sin volver jamás a subir a aquel desván ni a ver
aquella caja y, por supuesto sin entender porqué aquel día, ella se
fue. Intentó encontrarla pero fue demasiado tarde, nadie volvió a
verla por la bonita y verde ciudad. Él jamás leyó la carta. Vendió
el broche y compró una casa en un bonito lago donde vivió con su
mujer hasta los 82 años. Murió feliz.
Ella
lloró, para siempre. Lloró toda su vida incluso cuando sus ojos se
habían secado. Lloró durante 70 años, durante tres matrimonios,
durante el parto de cuatro hijos, todas las noches de su vida. No
había perdido al hombre de su vida, había perdido el amor
verdadero. Y todas las noches, antes de dormir, metódicamente
preparaba un café, salía al porche de su flamante casa, abría la
caja de música y se sentía, sin entender por qué, feliz.
Mu bonito pero no lo entiendo :D por qué?
ResponderEliminarP.D:esta historia me ha hecho más amena la clase de física :)