Una chica que admiraba el talento de
Bécquer, que envidiaba las bucólicas escenas de Garcilaso de la
Vega, que amaba a los personajes de Tamara Mckinley. Una joven que
soñaba con viajar, conocer, descubrir e indagar, y que vivía
admirando, envidiando y amando libros en lugar de escribir su propio
best-seller.
Un día, al volver de la universidad,
encontró una extraña carta en su escritorio, un sobre pulcro aunque
algo mojado que se cerró con cariño desde un lugar borrado por el
agua. Ella entró al comedor y preguntó por el sobre a su madre que,
medio dormida, le dijo que lo había encontrado en el buzón. Volvió
a su cuarto, cerró la puerta, cogió el sobre y se sentó en la
cama. Lo observó con atención. Estaba hinchado por el contenido o
quizá era por culpa del agua pero le inquietó profundamente lo que
pudiera contener. Lo abrió con un cariño especial, temerosa de
estropear lo que había dentro, humedecido también por el agua.
Al abrir el sobre una pequeña sonrisa
iluminó su cara. Dentro del sobre en mal estado, perfectamente
colocados para sorprender a la persona que abriera aquella carta,
folletos, guías, postales y fotografías de los lugares más
hermosos tanto para la vista como para el alma. Además, una serie de
tarjetas escritas con una letra redonda, bonita, rápida pero
precisa. Una fecha, un país, una ciudad. Otra fecha, otro país,
otra ciudad. Fechas que distaban desde dos días a dos semanas.
Algunas despertaban más su curiosidad, subrayadas con fosforescente
rosa resultaban peculiares al resto.
Se fijó en la primera fecha: 15 de
junio de 2016. España. Madrid.
El Retiro. La siguiente fecha era un día después y parecía ser el
inicio de un viaje por todo el mundo. Destinos ricos, pobres,
famosos, desconocidos, antiguos, modernos... de todo. Ella sabía de
quién era, reconocería esa letra solo con ver el cariño con el que
estaba escrita cada grafía, recordaba esa fecha como una promesa,
ese sitio como un pacto, lo recordaba todo y por eso sonreía.
En
medio de una carrera, en mitad de la construcción de su vida iba a
marchar, iba a escapar y a escribir por fin la historia con la que
soñó tanto tiempo. Su propio best-seller con personajes a los que
amar y entre los cuales por fin aparecería ella. Viajaría a conocer
todo lo que se puede conocer, incluso a sí misma. Después de 21
años, al fin sería ella, volvía a despertar aquella joven alocada
de los 18 años con sueños y principios, aquella muchacha que soñaba
con ayudar a la gente y lograr hacer de este mundo un lugar más
justo. Solo tres años habían bastado para hacer olvidar sus sueños,
aparcar sus principios y dar paso a una chica apática que distaba
mucho de la apasionada joven dispuesta a equivocarse y hacer locuras
que había sido.
Miró
el calendario, estaba lleno de tachones negros y rojos de los
exámenes hechos y por hacer. 2 de junio. El 15 destacaba con un
asterisco rápido y preciso, nada especial para que no llamara la
atención ajena, aunque para ella llevaba un cartel luminoso. Nunca
pensó que llegaría a recibir esa carta. Nunca pensó que se iba a
atrever a hacer la maleta, coger sus ahorros y marchar a Madrid. Pero
mentiría si dijese que no lo deseaba con todas sus fuerzas. Al fin.
Iniciaron
un viaje, a todos los países de la lista, tal y como estaba
programado, como estaba escrito en las tarjetas que venían en el
sobre y que guardaba con un cariño desmesurado. Llevaban dos semanas
viajando cuando se dio cuenta de que seguía desconociendo el motivo
de subrayar Tailandia y Ecuador, de marcar con un rosa fosforescente
Qatar, Uruguay, India, Egipto, Rusia u Omán. Países preciosos,
pero, en algunos casos que tampoco destacaban entre el resto de
destinos fascinantes. La intrigaba, pero no lo suficiente como para
impedirle dormir o disfrutar de ese sueño hecho realidad.
El tiempo se difuminó, las tarjetas
desaparecieron aunque ella las recordaba al detalle de tanto
mirarlas. Quizá llevaban un mes recorriendo el mundo, quizá seis,
el tiempo llevaba otro ritmo a su lado. Quizá un año o una semana,
pero a quién le importa, solo rezaba por que durara para siempre.
Pero no lo hizo. Llegó el día en el que debían tomar un vuelo de
vuelta a Madrid.
Regresaron a la capital, sus ojos no
sabían si llorar o reír. Todo había acabado, pero se sentía
afortunada de que hubiera empezado. Así que sonrió con los ojos
llorosos y se abrazaron. “Hablamos pronto”. Pero no se apartaron,
siguieron abrazándose hasta que llegó el tren. Hasta que tuvo que
subir y volver a la rutina, sonriendo como una idiota, pensando en
ese viaje a cada segundo. Ese viaje digno
de formar parte de su best-seller.
14/04/2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario