14 de abril de 2013

Las tapas de un best-seller


 Una chica que admiraba el talento de Bécquer, que envidiaba las bucólicas escenas de Garcilaso de la Vega, que amaba a los personajes de Tamara Mckinley. Una joven que soñaba con viajar, conocer, descubrir e indagar, y que vivía admirando, envidiando y amando libros en lugar de escribir su propio best-seller.

Un día, al volver de la universidad, encontró una extraña carta en su escritorio, un sobre pulcro aunque algo mojado que se cerró con cariño desde un lugar borrado por el agua. Ella entró al comedor y preguntó por el sobre a su madre que, medio dormida, le dijo que lo había encontrado en el buzón. Volvió a su cuarto, cerró la puerta, cogió el sobre y se sentó en la cama. Lo observó con atención. Estaba hinchado por el contenido o quizá era por culpa del agua pero le inquietó profundamente lo que pudiera contener. Lo abrió con un cariño especial, temerosa de estropear lo que había dentro, humedecido también por el agua.

Al abrir el sobre una pequeña sonrisa iluminó su cara. Dentro del sobre en mal estado, perfectamente colocados para sorprender a la persona que abriera aquella carta, folletos, guías, postales y fotografías de los lugares más hermosos tanto para la vista como para el alma. Además, una serie de tarjetas escritas con una letra redonda, bonita, rápida pero precisa. Una fecha, un país, una ciudad. Otra fecha, otro país, otra ciudad. Fechas que distaban desde dos días a dos semanas. Algunas despertaban más su curiosidad, subrayadas con fosforescente rosa resultaban peculiares al resto.

Se fijó en la primera fecha: 15 de junio de 2016. España. Madrid. El Retiro. La siguiente fecha era un día después y parecía ser el inicio de un viaje por todo el mundo. Destinos ricos, pobres, famosos, desconocidos, antiguos, modernos... de todo. Ella sabía de quién era, reconocería esa letra solo con ver el cariño con el que estaba escrita cada grafía, recordaba esa fecha como una promesa, ese sitio como un pacto, lo recordaba todo y por eso sonreía.

En medio de una carrera, en mitad de la construcción de su vida iba a marchar, iba a escapar y a escribir por fin la historia con la que soñó tanto tiempo. Su propio best-seller con personajes a los que amar y entre los cuales por fin aparecería ella. Viajaría a conocer todo lo que se puede conocer, incluso a sí misma. Después de 21 años, al fin sería ella, volvía a despertar aquella joven alocada de los 18 años con sueños y principios, aquella muchacha que soñaba con ayudar a la gente y lograr hacer de este mundo un lugar más justo. Solo tres años habían bastado para hacer olvidar sus sueños, aparcar sus principios y dar paso a una chica apática que distaba mucho de la apasionada joven dispuesta a equivocarse y hacer locuras que había sido.

Miró el calendario, estaba lleno de tachones negros y rojos de los exámenes hechos y por hacer. 2 de junio. El 15 destacaba con un asterisco rápido y preciso, nada especial para que no llamara la atención ajena, aunque para ella llevaba un cartel luminoso. Nunca pensó que llegaría a recibir esa carta. Nunca pensó que se iba a atrever a hacer la maleta, coger sus ahorros y marchar a Madrid. Pero mentiría si dijese que no lo deseaba con todas sus fuerzas. Al fin.

Iniciaron un viaje, a todos los países de la lista, tal y como estaba programado, como estaba escrito en las tarjetas que venían en el sobre y que guardaba con un cariño desmesurado. Llevaban dos semanas viajando cuando se dio cuenta de que seguía desconociendo el motivo de subrayar Tailandia y Ecuador, de marcar con un rosa fosforescente Qatar, Uruguay, India, Egipto, Rusia u Omán. Países preciosos, pero, en algunos casos que tampoco destacaban entre el resto de destinos fascinantes. La intrigaba, pero no lo suficiente como para impedirle dormir o disfrutar de ese sueño hecho realidad.

El tiempo se difuminó, las tarjetas desaparecieron aunque ella las recordaba al detalle de tanto mirarlas. Quizá llevaban un mes recorriendo el mundo, quizá seis, el tiempo llevaba otro ritmo a su lado. Quizá un año o una semana, pero a quién le importa, solo rezaba por que durara para siempre. Pero no lo hizo. Llegó el día en el que debían tomar un vuelo de vuelta a Madrid.

Regresaron a la capital, sus ojos no sabían si llorar o reír. Todo había acabado, pero se sentía afortunada de que hubiera empezado. Así que sonrió con los ojos llorosos y se abrazaron. “Hablamos pronto”. Pero no se apartaron, siguieron abrazándose hasta que llegó el tren. Hasta que tuvo que subir y volver a la rutina, sonriendo como una idiota, pensando en ese viaje a cada segundo. Ese viaje digno de formar parte de su best-seller.


14/04/2013

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